Con estos criterios educamos
En un párrafo del Reglamento, la Madre Teresa escribe:
“Estén, pues, seguras las Hermanas dedicadas a la enseñanza que instruyendo a las niñas, no sólo hacen una cosa agradable a Dios, sino que trabajan por Dios; en este sentido pueden decir con el Apóstol: nosotras somos las auxiliadoras de Dios”
Teniendo en cuenta el lenguaje de la època, en el que “instrucción” equivale a “educación”, y comprendiendo que la cita que hace la Madre Teresa del “Apóstol” se refiere, quizás, a 1Cor 4,1, no hay duda del sentido que ella le da al texto: las Hermanas que se dedican a la enseñanza colaboran directamente con Dios en la formación del cuerpo, la mente y el espíritu de los niños y jóvenes.
Educar, según Platón, es dar al cuerpo y al alma toda la belleza y perfección de que sean capaces. Y San Tomás de Aquino, ahondando un poco más, dice que es “promover en los niños el estado perfecto del hombre, en cuanto hombre, esto es el estado de virtud”. Estos conceptos cimientan lo dicho por la Madre Teresa: si como educadoras promovemos el estado de virtud en nuestros alumnos, colaboramos con Dios en su obra de perfeccionar al hombre, siendo sus íntimas auxiliares.
Asombra la finura en la expresión de la Madre Teresa que define la labor educativa con una sencillez meridiana y una profundidad asombrosa.
Si, como ella piensa, nos dedicamos a la educación de niños y jóvenes, como forma excelsa de colaborar con Dios, no sólo contribuimos a que nuestros alumnos alcancen la madurez humana y espiritual a que Dios los llama, sino que estaremos contribuyendo a cambiar el mundo, a hacer más tangible, más cercano, el Reino de Dios.
La sociedad cambiará hacia metas mejores, si cambian en ese sentido las personas que la constituyen. Ya decía George CarpaK (premio Nobel de Física): “ Hacer las cosas bien en los Colegios cambia el mundo. Fui un revolucionario, pero hoy creo sobre todo en una buena escuela”.
Pensamos que no hay mejor escuela que aquella que transmite a sus alumnos los valores humanos y evangélicos que los hagan personas más solidarias, justa y felices. Para ello es necesario crear en nuestros Centros Educativos un clima estimulante, un sensato y equilibrado ambiente de sentimientos audaces (los sentimientos mueven a las acciones), magnánimos e ilusionantes.
Precisamente la magnanimidad es una virtud muy necesaria en la educación del carácter de nuestros alumnos porque los empuja a aspirar a metas elevadas, a perseguir ideales que toquen la perfección del cuerpo y del alma. La lucha contra la mediocridad, la apatía, la desidia, tiene que ser constante en nuestros ámbitos educativos. Conducir a nuestros alumnos a que asuman paulatinamente convicciones claras y firmes será, para ellos, una fuente de energía y plenitud continua.
Para nosotras, religiosas educadoras de la Madre Teresa, que debemos educar más por lo que somos que por lo que hacemos, estos planteamientos nos llevan a vivir, dentro de nosotras mismas, las actitudes que nos induzcan a alcanzar las metas a las que queremos llevar a nuestros alumnos.
Auxiliadoras de Dios, pues, según la visión de la Madre Teresa, colaboradoras en la instauración del Reino de Dios dentro de los corazones de nuestros alumnos para transformar la sociedad. Empeñadas, con entrega, en esta pequeña o gran batalla diaria, alegrándonos con las victorias conseguidas, sacando experiencias de las derrotas, pero siempre ilusionadas y dichosas por la labor que, unidas al Señor, codo a codo con Él, realizamos en nuestra vida día a día.